Sueño de una noche de invierno


Ya es medianoche. Ella despierta, tranquila, ya no siente el dolor que sentía hace algunas horas, se siente mejor, mucho mejor. Suspira, cierra los ojos, y se deja abrazar por su soledad. Sin embargo, su soledad ya no es solo suya, hay alguien más en la habitación compartiendo el silencio y la oscuridad de aquella noche. Es imposible, no hay nadie más en esta casa. Pero hay alguien ahí... sin poder ver de quién se trata, ella sabe que hay alguien más. Debería estar asustada, pero no lo está. Es extraño, es... como estar dentro de un sueño, tal vez por eso no ha notado o no le da mucha importancia a ese cambio que ha sufrido su cuerpo.

La luna se asoma por la ventana e ilumina su cuerpo desnudo, un cuerpo que irradia juventud, fragilidad, perfección... y deseo. Con el brillo de la luna dándole directamente en el rostro le cuesta aun más distinguir quién se oculta en las sombras. Ella está desnuda y alguien la observa. ¿Porqué no está asustada?. Tal vez sea porque... realmente no hay nadie ahí. Debe ser solo mi imaginación, piensa ella, mientras se vuelve a acostar en la cama.

—Te ves tan hermosa como siempre —dice una voz, desde las sombras.

Esa voz sonó tan familiar, piensa ella, pero no puede ser.

—Es imposible —dice ella en voz baja, y añade —Debo estar alucinando.
—¿Me esperaste tanto tiempo solo para decir que, ahora, soy solo una alucinación? —responde alguien desde las sombras

Un minuto de silencio, por todas las memorias olvidadas, por todos los sueños enterrados, por lo que ya no sería nunca más, y que, sin embargo, en este instante estaba sucediendo.


—¿Cómo puede ser cierto? ¿Qué fue lo que... —un dedo índice se posó sobre sus labios, interrumpiendo sus infinitas dudas, y tranquilizándola.
—Ya habrá tiempo para responder sus dudas, jovencita. Después... —susurró él
—¿Jovencita?... pero...
— Shhhhh...


Él retiró el dedo de los labios de ella, y en su lugar posó sus propios labios, cálidos, tan llenos de amor, como ella siempre lo había recordado. Ella cerró los ojos, se olvidó de todas sus preguntas, lo abrazó con todas sus fuerzas. Un beso francés. Él acariciaba su cuerpo, con la misma suavidad con la que siempre lo hacía, tal y como ella lo recordaba, haciendo que ella experimentara sensaciones que hace tiempo había olvidado, y que ahora, volvían a estar presentes, con mayor intensidad que antes. Sus manos descendían poco a poco, acariciando su cuerpo, su cuello, sus senos, su vientre, sus piernas.

Ella lo detuvo en ese momento, y comenzó a quitarle la ropa lentamente. En medio de la noche, ella disfrutaba despojarlo a él de sus vestiduras y palpar con sus propias manos el cuerpo desnudo que se ocultaba debajo de ellas. Por un momento pensó que eso que estaba pasando era solo parte de un sueño, pero inmediatamente hizo a un lado sus pensamientos y se dedicó simplemente a disfrutar del momento.

En cuanto ambos estuvieron desnudos, las caricias se volvieron más intensas, el calor de la habitación aumentó, y la luna se ocultó por un instante, detrás de algunas nubes oscuras que atravesaban el cielo en ese momento. En medio de la oscuridad sus cuerpos se buscaron entre si, encontrándose una y otra vez, jugando, amándose.

Siguieron el curso natural de su deseo, y en cuanto la pasión empezó a rozar los limites del placer sus cuerpos pasaron a ser solo uno, buscando aun más placer, lo que siguió después: el cielo en la tierra, para ser más específicos, el cielo, contenido en aquella habitación. Por un instante que pareció ser eterno, esos cuerpos jóvenes ascendieron al cielo, sintieron el éxtasis en carne propia, y entre suspiros, descendieron lentamente, abrazados.

—Gracias por regresar, la vida ha sido muy dura sin ti —susurro ella, entre sus brazos.
—Te prometí que regresaría por ti —respondió él, con una sonrisa.
—Ni siquiera la muerte te detuvo, ¿verdad?
—Ni siquiera la muerte me separaría de ti —respondió él, y le dio un beso en la frente.
—¿Volverás a irte?
—Esta misma noche... pero, tranquila, no me iré sin ti

Hacía frío, su cuerpo comenzaba a debilitarse nuevamente... envejecía, volviendo nuevamente a su estado natural. Él se levantó y le pidió que se abrigara bien. Después de vestirse, ambos se acostaron nuevamente, abrazados. Observando a la luna, que nuevamente se asomaba por la ventana.

—Esto debe ser un sueño —repitió ella —pero cuando el sueño termine, se que seguiré estando a tu lado.
—Así será —contestó él.

Al día siguiente alguien entró al cuarto durante las primeras horas de la mañana, y encontró a una anciana, recostada sobre su cama, sin vida, con una sonrisa en los labios. Ella ya no estaba ahí, estaba en un mejor lugar, se había ido con la persona que había esperado por tantos años.

Fin...


**Esta historia fue escrita originalmente con una extensión mucho mayor, así que decidí hacerla más breve. Para saber un poco más del cómo y porqué fue escrita, lean este post. casi al final**

**El nombre se lo puso una amiga, ya que, al terminar de escribir la historia, no sabía qué nombre ponerle (en serio, no pude pensar en un nombre). ¿Qué nombre le pondrían ustedes?**

2 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

Me recuerda a Penelope de la canción de Serrat. No se me ocurre otro nombre :)

Mariela García dijo...

:3 que linda lectura... me hizo sentir mariposas en el estomago... y sobre el nombre... soledad marchita, despertar real. // jajaja algo así.
Beso.

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